miércoles, 12 de agosto de 2015

El enemigo está en casa. Y es bienvenido.

No todo el mundo se para a pensar hasta qué punto todo es efímero. Porque, por mucho que te puedas llegar a esforzar en proteger algo, aunque sea a ti mismo, nada hay que lo pueda salvar de lo que ello mismo haga. Nada lo puede defender del azar, de la aleatoriedad del subconsciente. Como a mí me gusta llamarlo, el enemigo que está en casa.

Son incontables las veces que a lo largo de nuestras vidas cada uno de nosotros podemos tener una cierta idea, un cierto plan que, de una u otra forma, en realidad nos perjudica. O, peor aún, un plan o una idea que después nosotros mismos truncamos.

En realidad, todo esto se resume en que la perfección no existe. No existe la defensa perfecta, no existe la protección absoluta. No existe el control total sobre uno solo de los aspectos que nos rodea, y mucho menos, sobre nosotros mismos. Y quizás sea mejor, porque solo con cierta aleatoriedad es como se puede aprender de verdad. Solo con un poquito de caos tiene sentido intentar ordenar los pensamientos y los sentimientos.

El caso es que de todo suceso inesperado se sale. Cualquier imprevisto te sirve para aprender de ti mismo y de quienes te rodean. Porque, bueno, si de uno de ellos no sales... Por lo menos, puedes tener la certeza de que no te ocurrirá ningún otro, ¿no? Al final resulta que lo peor que te puede pasar es estar seguro de algo, porque solo se puede estar seguro de una cosa, y esa cosa es que la vida acaba. Pero, ojo. Que si acaba, es porque en algún momento empezó. Y esa sí que es verdaderamente la cosa más inesperada que puede haber.

Pero, piénsalo bien. Si algo acaba después de que acabes tú... ¿No puedes considerar que ha sido (para ti, al menos) eterno?

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