lunes, 31 de agosto de 2015

Salón de variedades

En definitiva, lo que uno pretende hacer es estar en cierta armonía con lo que le rodea, le rodee más de cerca o de lejos. Al menos, ese es mi objetivo; está claro que habrá gente que lo comparta y gente que no, en tanto en cuanto cada uno tiene una perspectiva distinta y personal del sentido de la vida. Y digo armonía, porque hay una alarmante tendencia a confundir felicidad y alegría. La felicidad, de hecho, tiene mucho más que ver con la armonía que con la alegría.

Se puede ser feliz si solo te pasan cosas buenas, cosas que tienden a alegrarte, por supuesto. Pero hay pequeñas cosas de las que solo te percatas cuando dejas de ser capaz de hacerlas. Por ejemplo, la gente que, siendo daltónica prueba gafas antidaltonismo, vive el color como algo mucho más especial que los que llevamos toda la vida viéndolo. Hay cierta parte de la felicidad que solo se puede tener cuando te pasan cosas a priori malas. Solo quien ha perdido algo podrá tener la ilusión y la alegría de recuperarlo.


De hecho, yo considero que, si hay algo universal es eso, que la vida debería estar basada en la variedad. Que no existen absolutos (aunque esta sentencia intente serlo). Cualquier cosa puede aportarte cierta armonía. Generalmente solo depende de cómo se enfoque, y en algunas ocasiones, cuesta más encontrar el enfoque positivo que en otras. Ya lo dijo Nietzsche, según su teoría del eterno retorno. Y dentro de esa variedad está el darse cuenta de las cosas que a uno le faltan, para intentar descubrirlas; y el darse cuenta de las cosas que les faltan a los demás, para ayudarles a tenerlas.

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